El Señor es mi Pastor

El Señor es mi Pastor

“El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo para que haga saber al cansado una palabra alentadora… El Señor Yahveh me ha abierto el oído, y yo no me resistí ni me eché atrás” (Is. 50, 4…, liturgia del domingo de Ramos)

Eso quisiera yo, Dios mío, “lengua de discípulo”, para poder contar mí camino cuajado de flores y de espinas, de belleza y de fatiga, de esperanza y de dolor, a causa del covid19. Contar, con la memoria limpia de trabas a un año de distancia. Contar, compartiendo un trozo de vida, no buscada, pero vivida como algo que tenía que acontecer. ¿No fue también ésta tu experiencia, Jesús, al ponerte en camino hacia Jerusalén? Tus palabras “si es posible que pase este cáliz” dicen que Tú hubieras preferido evitar el momento. Pero con la misma fuerza comunicas a tus amigos que “para esta hora he venido…”.

Las tuyas fueron siempre palabras alentadoras, y siguen siéndolo hoy como entonces. Lo han sido para mí hace un año, en aquella cama de hospital, luchando entre la vida y la muerte. Lo fueron a través de aquellas semanas “surreales”, cuando, hospitalizada,  la vida en el cuerpo parecía haberse detenido, permitiendo  al espíritu “respirar” libre, mecido por el canto que acompañó el pueblo de Israel: “El Señor es mi pastor…en verdes praderas me hace reposar…me conduce por el sendero justo. Aunque camine por valles oscuros, nada temo”. La palabra alentadora, en el silencio de la enfermedad, resuena más fuerte!

Y  fuiste también tú, Señor, quien “me abrió el oído”. Tu presencia palpable, tu consolación ininterrumpida, aquella comunión asidua,… nunca mi estado de fragilidad hubiera sido capaz de disfrutarlas si la gracia gratis non hubiera venido solo de Ti. Puede parecer una sinrazón, pero si “perder la vida es ganarla” puedo decir que esa experiencia la he vivido sorprendentemente cuando el cuerpo estaba para ser destruido por la enfermedad: el campo todo tuyo, la condición de hijo necesitado conmueve tus entrañas de Padre bueno, y yo, hija frágil, me siento invadida por una luz que conduce a abandonarse, a entrar “en el gozo de tu Señor”

Si, “no me resistí, no me eché atrás”. Ni en el dolor, ni en la consolación. Ni en el peligro de perder la vida, ni en la acogida del tiempo que aún me reservabas. No quiero resistirme hoy, ni echarme atrás, cuando las fuerzas se saben disminuidas y el cansancio es un fiel cotidiano compañero.

Aún así, he vuelto a mis ocupaciones habituales y mi “yo” protagoniza muchas tareas, que tal vez roben espacio a tu presencia palpable. Perdona, Jesús! Nos creemos importantes y nos parece que la vida necesite de “lo nuestro”. Concédeme, a pesar de todo, que yo pueda decir también “una palabra alentadora”. Que en esta humanidad doliente, herida por una cruel pandemia, a veces cansada, desorientada, desalentada…  mi confianza alimente la esperanza de quien decae, que pueda ser yo “lámpara sobre el candelabro” que ilumine la casa. Y regálame, Jesús, la humildad de quien agradece incesantemente, porque “nada tiene que no haya recibido”.

Hna. Pilar Solis

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